Posteado por: Benjamin | 3 septiembre, 2012

El 115º sueño de Benjamín

¡Parisienne patatilla!

Entónese con potencia y proyectando bien la voz, dejando salir el golpe de aire desde el fondo de los pulmones, contrayendo paulatinamente el diafragma hasta vaciar la caja torácica. El último estertor es crucial. Es el que reviste de sonoridad y le da el sello personal a la cantinela en cuestión. Es muy recomendable ir introduciendo sutiles variaciones fonéticas totalmente aleatorias a intervalos de cinco ciclos, más o menos, con la finalidad de refrescar el eslogan, captar la atención del posible comprador y, de paso, higienizar tanto mente como faringe, ambas fatigadas por la repetición. El vedulero tiene total libertad a la hora de crear sus cuñas, pudiendo en los casos más extremos apreciarse una disociación absoluta entre su stock y la banda sonora que adorna su relación mercantil. Juege con la apertura de las vocales, sienta como mutan entre ellas, lleve hasta el infinito su intercambiabilidad. Algunos creen que la incapacidad del transeúnte de enlazar lo que oyen con una entrada consecuente del diccionario forma parte de la mística del mercadillo, asegurando los más esotéricos que funciona del mismo modo que un hechizo atrayente para el receptor. ¿Quién no sentiría curiosidad por echar una ojeada al puesto de pérquiques, degustar las deliciosas beiramamas a la reibón o probarse algunos apamantruños de fina seda de la India? Y, por encima de todo, no se olvide de gritar bien alto y gesticular; desgañítese, incluso en el caso de que su auditorio lo conforme un sordociego asegúrese de que el tímpano de la víctima da buena cuenta de los decibelios que es capaz de registrar su prominente berrido.

Y eso ha sido siempre así, ya sea en la Barceloneta, el Rastro de Madrid o en la isla de Java, más concretamente en la clase ekonomi del ferrocarril Yogyakarta – Jakarta.

A pesar de la mala fama que les precede, todo transcurría satisfactoriamente en el tren. No se había vendido todo el papel, por lo que podíamos disfrutar de dos plazas cada uno en bancos acolchados, uno frente al otro, con una minúscula superficie bajo la ventanilla ideal para dejar a remojo la dentadura mientras disfrutabas del grueso del trayecto en manos de Morfeo. Y eso hice, sucumbí al cansancio y mis párpados se fueron cerrando poco a poco. Pero olvidaos de la romántica imagen de dormirse en un tren y dejar que tus sueños y pensamientos tomen el runrún como batuta para que tu interior trascienda y el poso de ilumiación permanezca una vez hayas despertado. No, señor, ellos no lo permitirían. Pasada holgadamente la hora en que los búhos y cocodrilos salen a hacer ofrendas a los espíritus de la noche, mi viaje onírico comenzó a zozobrar y el escenario empezó a poblarse de sombras indefinidas realizando una especie de danza ritual y pude diferenciar que rumiaban conjuros que fueron aumentando de intensidad hasta pasar de un suspiro casi inaudible a una especie de mantra estridente que me haría perder la cordura irremediablemente si seguía escuchando. Oía pasos, había más sombras, la canción era cada vez más audible. Entoces creí despertar y, casi cegado por la luz de gabinete del vagón con la que los operarios de ferrocarril decidieron honrarnos a las cinco de la madrugada, la ví. Una mujer vociferaba a dos palmos de mi cara y me habría metido en la boca el ala de pollo frito con arroz que vendía si no lo llego a evitar a tiempo incorporándome en el asiento gracias a un impulso involuntario de autodefensa. Y me di cuenta de que esa embestida no había sido un acto aislado. De lo que desde ese momento fui espectador se podría describir como una baraúnta gritona y trasnochadora de dientes de oro y verrugas con pelo, la mayoría mujeres, transportando cubos y cestas llenas de comida y refrigerios, listas para saciar la demanda calórica de un atajo de desagradecidos que se empeñan en dormir a las horas en las que la Luna está en su apogeo. Todavía me estremezco cuando me vienen a la cabeza sus ¡popmiiiii! ¡cooopi, cooopi, coopi! ¡nasi, naaasi goreeeeen! ¡aúuuudaudaudaa!

Esa noche dejaron mi yunque, mi estribo y mi martillo para el arrastre, por no hablar de la ansiedad que produce que un extraño se te quede mirando fijamente durante tres minutos con un tetrabrick de zumo de pis en la mano esperando a que se lo compres. Roto el sueño y desengañado por completo de la idea de que los mercachifes bajen el tono no queda otra que disfrutar del vaivén de esta auténtica Santa Compaña, desfilando a lo largo de vagones de gente roncando – los que más -, o, al menos, tratando de no dejar escapar ese hilo de descanso y paz al que estaban aferrados antes de que estos terroristas del sueño hiciesen acto de presencia. Y no creáis que la performance es cosa de unos minutos. Se alarga durante horas. Tiene un punto gracioso eso de pasar una y otra vez al lado de la misma persona durmiendo ofreciéndole cada cinco minutos lo mismo. Ellos saben que los durmientes no consumen demasiado, por ende: ¡gritemos hasta despertarlos para que nos puedan decir que no quieren lo que vendemos!

Virtualmente este desfile dura la totalidad del trayecto y, no lo niego, en ocasiones se agradece y hay maneras en las que los intercambios se establecen con total discreción y, lo más importante, a horas decentes. ¿Tienes sed? Siempre habrá alguien que venda bebidas, al igual que algo para el buche. Pero este carrusel degenera cómicamente, como si los vendedores compitiesen entre sí para obtener el título de aquél que ofrece la mercancía más absurda para un viaje en tren. Afilalápices, calculadoras, libretas – canjeables por corticoles -, bermudas, maquinitas de marcianos, catálogos de armas de corto alcance, cilicios, etcétera. Nombra lo que se te ocurra, legal o no, en un tren en Indonesia lo encuentras. Las prácticas de privatización de servicios más neocon toman forma en los pasillos de los trenes, donde cualquier menda con una escoba de tres pelos y un flisflís de Ajax pino que se suba en una parada en medio de la nada se autoproclama encargado de mantenimiento (pasando la gorra, evidentemente). Por no hablar de los que amenizan el viaje con canciones al son de guitarras con la mitad de las cuerdas. El tren en Indonesia es una experiencia única.

Bien, ¿por dónde iba? ¡Ah, sí! Java. Teniendo un buen puñado de amigos informáticos y otros tantos fervientes seguidores de La guerra de las galaxias, me cargué sobre mis hombros la ardua tarea – imposible, a la postre – de deleitar a ambos colectivos con algún chascarrillo concerniente al topónimo (del palo de «qué buenos programadores hay por aquí» o «pues los lugareños son todos horribles moles grasientas con mal aliento», qué patético). Pues bien, se van a tener que fastidiar, aunque se agradecería cualquier aporte al respecto.

Dos ciudades polarizan la isla: Yogyakarta y Jakarta. Parece un trabalenguas, pero no lo es. Dado que tuvimos que mutilar buena parte de nuestro itinerario indonesio por causas de fuerza mayor, sólo nos quedó tiempo para visitar estos dos sitios, aunque nuestra presencia en la capital fue casi testimonial y se limitó a tramitar el envío de una cargamento a España vía marítima de acordeones con tara en la tecla del Do sostenido.

En Yogyakarta caí abatido por unas fiebres. Fiebres de ojete. Si el cagar fuese deporte olímpico habría angrosado nuestro medallero en gran medida. Oro en todas las categorías posibles y España aupada a lo más alto. Marichi hizo un par de excursiones mientras yo me quedaba en la habitación maldiciendo por tener que tragarme al día dos litros de suero que tenían un regusto a semen de rata.

En algunos de mis delirios de calentura, soñando, recuerdo que le preguntaba el nombre a alguien que acababa de comprar un billete de tren. «Obama», me respondía. «Buena suerte», le decía yo. Y se alejaba gritando a todo pulmón, alargando las vocales :

¡Parisienne patatilla! ¡Baaaaaaaarquillo!

The one and only. Indonesian style.

Mercados.

En el Kraton, Yogyakarta.

Callejuelas del Kraton. Yogyakarta.

Maestros de marionetas. Grandes y pequeños.

Restaurante dos tenedores de la guía Michelín. Yogyakarta.

Escenas cotidianas del Kraton, en Yogyakarta.

Me escapo por los tejados.

Borobudur.

Detalle en Borobudur. Dentro de las campanas hay Budas. No, no pronuncio mal la ‘p’.

Prambanan, a las afueras de Yogyakarta.

Shiva, supongo. Sin referencias de la humana entrometida.

Puestos en Jakarta, la antigua Batavia.

Jakarta

Variaciones en un sueño. ¿Qué camino escoger?

 


Respuestas

  1. Benjamín, te puedo asegurar que el sueño que he tenido yo es peor que el tuyo: en él aparecían Stallone, Dolph Lundgren, Bruce Willis, Schwarzenegger, Jet Li, Van Damme e incluso Chuck Norris!!
    Todos repartiendo hostias como panes durante 100 minutos.
    Cuando me desperté, me dí cuenta de lo peor: tenía una entrada de cine en mi mano, en la que se leía «Cines Área Central, lunes 3/09/2012-Los mercenarios 2 (7.10 euros)».

    • Mon, no voy a ser yo quien se interponga entre Sly y tu, aunque el palo de la entrada es para dejar temblando a uno. Aqui el estreno de esa peli se ha vivido como la cuenta atras de las hipoteticas Olimpiadas en sede Tailandesa, imaginate lo fans que son te toda esa pleyade de repartetollinas.
      Un abrazo muy fuerte y sigue deleitandote con tus suenhos.

  2. Una vez mas leo tu entrega de un tiron con la emocion in crescendo y la sonrisa en los labios de principio a fin. Lamento tus fiebres de ojete y espero que no te hayan dejado secuelas, ¡ejem!
    Gracias por poner al mal tiempo buena cara. Es estupendo para la salud.
    Bien por Indonesia!

    • Nada de secuelas, papi, con lo que uno se queda es con un valioso manual sobre como afrontar estas situaciones (sin mencionar lo util que puede resular instalar una manguera limpiaojetes en el bater).

  3. La próxima vez comer en un restaurante «3 tenedores» de la guía Indolín ;P

    Ánimos!

    • O en una maravillosa pizzeria en algun suburbio de Auckland donde seriamos sin duda alguna agraciados con el servicio de la camarera mas entregada, diligente y jovial que uno pueda encontrar, sin perder jamas de vista la labor en la sombra del encargado de que platos y cubiertos esten relucientes. Un placer para el paladar saber de vosotros.

  4. Veo que tienes problemas de insomnio, aguzado con pesadillas diversas. Yo creo que te sento mal la cena o que bebiste algún liquido en mal estado, porque de ser real lo que cuentas, ¡Dios da para una penícula!.

    Por cierto «Regusto a semen de rata?», ¿Ya lo habias probado antes?

    Un saúdo

    • Semen de rata? Quise decir Seven Up de lata.
      Real en un 99%
      Muchos abrazos a los monarcas del Reino.


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