Después de haber viajado por todo el sudeste con guía, terminamos afectados por el ‘Síndrome Lonely Planet’. Éste es un mal de naturaleza básicamente psicológica en el que uno se siente sólo una pequeña parte de la masa y la propiedad aventurera de viajar se pierde. Todos sabemos que hay formas y formas de utilizar una guía de viajes, tampoco se trata de dormir, comer y cagar donde te dicen; pero a poco uso que le des, después de meses viajando, acaba por afectarte este síndrome. Eso, al menos, es lo que nos pasó a nosotros. Así que allí nos fuimos a Sri Lanka, sin guía ni ningún tipo de información alternativa, “a lo que salga”. Queríamos encontrar nosotros las respuestas, sacarnos las castañas del fuego. Pero el nuestro fue un comienzo accidentado y pronto aprendimos que viajando de este modo te conviertes en el blanco ideal para todos los timos imaginables, al menos los primeros días que pasas en el país, y es que, claro, no tienes ningún dato de referencia de precios, medios de transporte, alternativas de alojamiento, etc. Se puede viajar sin guía, claro que sí, sobre todo cuando uno conoce la zona y tiene facilidad para entenderse con la gente; pero al principio, cuando estás un poco frío aún, está bien tener algo de información previa. La respuesta está en Internet, hay cientos de fuentes para informarse antes de viajar y durante el viaje: blogs, foros, páginas web del tipo Wikitravel y Seat61, etc.
Todo este tostón que estoy soltando viene a cuento porque en nuestra primera turistada del viaje nos la metieron bien doblada, finamente hablando. Una piensa que después de más de dos años ya no la van a pillar en pañales. No, qué va.
La palabra “safari” evoca exotismo, aventura, naturaleza y, sí, mucho pijerío. Pero cuando te apasionan los animales y estás en el país en el que tienes la mayor probabilidad de ver a tu animal favorito en libertad (en mi caso, el leopardo), te dices: “qué cojones”. Así que cogimos un tren a Anuradhapura como base para ir a visitar el Parque Nacional de Wilpattu, en el noroeste de Sri Lanka. En el tren se nos sentó un señor al lado que entabló conversación con nosotros y, llegando, nos dio la tarjeta de la pensión de un amigo suyo. Llamemos a este señor Eustaquio a partir de ahora, porque no recuerdo su nombre. Nos llevó hasta la pensión, que estaba bastante bien y muy barata y ya no nos lo pudimos quitar de encima: “que si yo soy guía, que si os llevo a tal o cual sitio, que os hago un precio especial…”; nosotros declinábamos amablemente cada oferta, pensando en buscar transporte para ir al parque en otro sitio. Sin embargo, tras un par de paseos infructuosos por el pueblo -Wilpattu no es un parque muy visitado-, decidimos fiarnos de Eustaquio, que parecía majete y nos había salvado la vida (más abajo). Pues bien, éste consiguió lo imposible: llevarnos al parque el día que no queríamos, porque hacía mal tiempo; a una hora que no nos convenía, porque hay más animales al amanecer, y cobrarnos un riñón y medio. No veáis si tenía labia el cretino… Pero lo que tiene más inri es que nos hizo pagarle la entrada al parque (menos mal que para locales es virtualmente gratis) a pesar de que ya teníamos un guía, ¡y se vino con nosotros de safari todo el día!, ¡él y su colega! Benjamín y yo aún nos reímos de esto, hay que tomarse la vida con filosofía, pero vaya primos que somos…
Ni que decir tiene que no vimos leopardos, con el diluvio que estaba cayendo y a la hora de comer. Nos pasamos cuatro horas dando vueltas con la paranoia de encontrarlos, yo creí ver 340 con el rabillo del ojo, que resultaron ser ramas. A pesar de la mala leche del momento (uno sabe cuándo le han estafado), tengo que decir que la visita al parque fue increíble. Vale, no vimos leopardos, elefantes ni osos; pero vimos cientos de ciervos de diferentes tipos, chacales, cocodrilos, jabalíes, tortugas, mangostas, macacos, búfalos de agua salvajes y miles de aves: zancudas, rapaces, tropicales… Estoy segura de que, con la lluvia, algunos animalillos se animaron a salir, seamos positivos.
¿Queréis saber cómo nos salvó la vida Eustaquio? Pues caminando una noche por la carretera, casi a oscuras, vimos algo moverse sobre el asfalto. Como no se veía bien, nos acercamos para ver qué era y descubrimos que era una serpiente, pequeñita, pero con unos dibujos perfectos, preciosa. Como nos molan estas cosas, ahí nos quedamos, mirando a la serpiente cómo reptaba y lo chula que era. Tres segundos más tarde paró un coche a nuestro lado y se bajó Eustaquio a preguntarnos qué estábamos mirando. En cuanto vio a la serpiente nos subió al coche a empujones y, una vez dentro, nos dijo que ni se nos ocurriera hacer esas cosas, que era una serpiente muy venenosa que se enrosca sobre sí misma y te salta, que las pequeñas tienen el mismo veneno que las grandes, que cada año mueren decenas de personas en Sri Lanka… Vale, Eustaquio, vale, queda claro. No hubo manera, sin embargo, de conseguir el nombre de la especie de la susodicha para poder ponerlo aquí.
Nos fuimos de Anuradhapura con un sabor de boca agridulce. Habíamos elegido Wilpattu porque Yala, el parque nacional más grande de Sri Lanka y el que tiene más leopardos, tiene mala fama: mucha gente, muchos jeeps que van a la carrera, que se dedica más al turismo que a la protección de los animales del parque, etc. Así que habíamos perdido nuestra oportunidad.
Seguimos viajando por el país y yo cada vez alucinaba más con la densidad de fauna en Sri Lanka, tan accesible; en cualquier rincón te encuentras: lagartos de metro y medio, camaleones, cormoranes, garzas, pelícanos, tortugas, macacos, langures, ardillas de rayas, ardillas gigantes… incluso cocodrilos. A mí una de las cosas que más me gustó fueron los murciélagos. Al atardecer el cielo se llenaba de cientos de murciélagos enormes que salían a cazar. Lo gracioso es que durante el día no dormían en cuevas u otros lugares oscuros, no, dormían en los árboles. De repente vas caminando y los oyes –hacen un ruido de mil demonios- y los ves, bandadas de centenas de ejemplares que toman unos cuantos árboles contiguos. También ves murciélagos fritos en cables de alta tensión, esto ya no es tan guay…
El caso es que, con tanto animal por todos lados, tomamos la decisión de que al carajo, ya estamos al final del viaje, quizá nunca volvamos a Sri Lanka; pues no nos vamos sin ver leopardos o, al menos, sin volverlo a intentar. Así que nos fuimos a Yala. Vendidos… Esta vez con una idea más clara sobre los precios y, tras arduas negociaciones, conseguimos que nos saliera económico. En el coche íbamos el conductor y seis turistas, no dos turistas y cuatro locales, como la otra vez. Al principio íbamos un poco mosca, porque nada más entrar en el parque, a eso de las cinco y media de la mañana, el conductor iba bastante rápido y no se paraba nunca, a pesar de que pasamos un montón de animales; luego nos explicó que esto lo hacía porque a primera hora va a por el leopardo, y luego ya se relaja y se para con el resto de fauna, que es más fácil de ver. El caso es que, cinco minutos después de entrar al parque, en un camino cualquiera, ahí estaba: el leopardo. Un macho grande y tranquilo, que se paseaba al lado de los jeeps como si nada. Sólo se oían los clics de las cámaras de fotos y los susurros de la gente, emocionados como estábamos. Al cabo de un rato, se cansó y se fue. Nosotros, con nuestra patata de cámara compacta, no pudimos sacar ni una foto decente, también porque al cabo de un rato me dejé de fotos y me puse sólo a contemplar. Le pedimos a un chico francés que venía con nosotros y que tenía una cámara réflex que nos pasase el link a su página web para poder enseñaros las fotos, a día de hoy aún estamos esperando.
El resto del parque fue una pasada, vimos todos los animales que habíamos visto en Wilpattu -excepto los chacales y algunas aves- y más. Hacía un día precioso y el paisaje era extraordinario. Vamos, que salió todo a pedir de boca. Aún así tengo que decir que esto fue así porque no había muchos coches y los animales estaban tranquilos y a sus anchas. No me gustaría haber presenciado lo que leímos por ahí de 20 jeeps apelotonados mirando a un leopardo dormir. Esto de los safaris está bien mientras sea algo comedido y no abusivo, si no, dejaría de tener sentido, porque ya no estarías viendo animales “en libertad”, sino en un zoológico gigante.
Una curiosidad, el tsunami de 2004 azotó Yala y murieron decenas de personas que viven cerca o que estaban en el parque en ese momento. Animales, ni uno. ¿Se subieron a los árboles? ¿Se metieron tierra adentro? De haberles observado mejor se habrían salvado unas cuantas vidas.
Por cierto, fui a hacer submarinismo en el sur del país y me encantó. Cuánto voy a echar de menos estas aguas tropicales… Vale, ya dejo de hacerme la guay.